domingo, 24 de abril de 2011

MEDALLITAS DE BAUTISMO

para Tavito que lee desde lejos y va a entender de cerca.


Era una vez enero del ‘86…

Papá Noel había pasado hacía poco. En mis pies lucían impecables las Topper reforzadas que junto a una billetera de cuero que trajo en la casa de mi tío y una crema de afeitar había encontrado repartidos, en lindos paquetes, al pie de la plástica conífera la Noche de Navidad. Yo ya no creía más en el Niño Dios, pero que lo seguía esperando se los juro.

Mi tía atenta a los diecisiete tiernos rubios hilos dentales que hacían las veces de bigotes en mi cara, sabía que una lata de aspecto importado me iba a gustar, ni hablar si era en combo ―como en este caso― con una baba que dijera ‘after shave’ o cosa así. Yo quería afeitarme todos los días tanto o más que darle descanso a unas Flecha 200 que venían zafando no sé cómo. Se ve que el Barba del Trineo se enteró de que no daban más y me sorprendió en amarillo, las Topper que yo quería. Capaz fue mi vieja…

Eran tiempos de eso.

Las motivaciones en mi vida, que eran tan bien denunciadas por mis regalos, mostraban perfectamente el tipo de interés presente en mi cabeza de aquella época. Claro, tampoco podía esperar que me pongan en el arbolito a una profesora que me daba geografía y tenía unas gomas increíííbbbllleeesss, ponele…

Estaba en “los años teen” como pragmáticamente define el inglés, tan linda etapa, cada día surgía una idea nueva. En vacaciones, todo el día pensando boludeces como correspondía, la tendencia se consolidó y aquel enero, en consecuencia, no prometía ser la excepción.

No sé ni quién fue, pero alguien la tiró: “Che; y si nos vamos a algún lado de vacaciones?”

Yo casi dije no, pero aflojé.

Mentira, compré inmediatamente. Pero muy lleno de interrogantes. Eran unos cuántos los obstáculos a sortear pero uno de ellos despuntaba sobre el resto: La moneda.

Súbitamente empezaron las primeras reuniones para planearlo todo. ¡Cómo nos encantaba calificarlas así!, de “reuniones”. Era la vida, ese viaje había que hacerlo, ya no había retorno. ¿Se entiende?

Tercer mate de la primera juntada y no se hablaba de otra cosa. Lo del permiso de los viejos se piloteaba, quién llevaría el calentador o tenía bolsa de dormir era irrelevante. “¿Cómo juntamos la guita?”, era el punto. Y a ser imaginativos por que los recursos escaseaban.

Uno prometió seis cubiertas usadas que tenía en el techo de la casa y que en esa época se vendían bien. Fueron confiscados los ahorros del más ordenado del grupo a promesa de reintegro: “A la vuelta te lo devolvemos”. Se pusieron a la venta dos Bandejas Sansui de uno que había sido discjockey.

-“Yo puedo cazar arroz, polenta y par de latas de Pomarola de los de mis viejos, para ahorrar en comida”. Se llegó a escuchar.

En fin, toda la imaginación puesta al servicio de la empresa pero no se llegaba.

En casa mi madre nos había armado a cada hermano una caja con nuestro nombre adonde se guardaba el tesoro personal. Una suerte de biografía en objetos que saldrían de casa el día que “cada uno siga su rumbo” como tan napolitanamente se suele escuchar decir. De tanto pensar el cómo de nuestro viaje en algún momento recordé aquella caja y ya nunca me la logré sacar de la cabeza, como ya nunca volvieron a estar allí adentro conservadas para el futuro aquellas cuatro medallitas de bautismo más un anillito que creo se fue también.

Fuimos tres, teníamos miedo por que te pedían el documento, San Gerónimo y algo, me parece. Un “Compro Oro” tan típico de inicios de los ochenta. Un amigo nos había dicho que “ahí no te piden nada” pero sólo no iba ni en pedo.

Tras la adrenalina de la operación regresamos con el problema solucionado. ¡Nos íbamos!

Nos íbamos. Nos re-fuimos.

Par de años más tarde a mi vieja se le ocurrió recordar y abrió el cofre de mis lembranzas. Obvio que percibió la falta del oro y enseguida pensó en la chica que trabajaba en casa, lógico. No iba a dudar de su hijo Lasallano. Estaba preocupadísima: “me habrá llevado algo más?”, se preguntaba.

Al rato se ve que se tranquilizó y comenzó a reflexionar que jamás había tenido problemas con Hermelinda y que a mí sí se me veía atento siempre a las monedas que quedaban desprotegidas en la casa. Casi amigo de lo ajeno.

Entonces me encaró:

-“Albertito decime; ¿Dónde están las cositas de oro que estaban en tu caja? Fue la pregunta.

- “En Banco Pelay mamá”. La respuesta.

Fui una estufa como cuatro semanas en mi casa. No me hablaba nadie.

Pero quién puede dudar de la experiencia de aquel viaje. Lo lindo que fue, todo lo que aprendimos. Ahora sabíamos que a las chicas es mas fácil darles un beso cuando están de viaje con sus amigas de vacaciones, aprendimos a cocinarnos, a repartir las tareas y aceptar cuando te tocaba ir a buscar el hielo y la damajuana hasta la proveeduría del camping.

Fue un aprendizaje total. Una experiencia increíble. Miles de nuevos conocimientos.

Los otros días me comentaba un conocido que se estaba por casar, que se le habían juntado muchos invitados por que la familia de la novia es enorme. Resulta que andaba ya muerto por que se le estaba yendo una fortuna en la fiesta y que no podía decirle que no a los primos de la futura esposa porque se habían criado juntos, pero eran treinta y ocho y venían todos. Entonces la madre le había dado un “montón de boludeces” de oro que estaban guardadas desde el bautismo y las hizo fundir para hacer las alianzas por que se le había ido ya toda la plata que tenía juntada.

Se me vino un: “¿No te convendrá viejo irte a Pelay con eso? Me reí para adentro pero no dije nada. De todas maneras esto que pasó me hizo un poco de ruido en la cabeza por los recuerdos que me trajo pero la verdad que al rato me olvidé del asunto.



Esta mañana leía una editorial sobre Argentina en el diario El País firmada por el súper Miami de Oppenheimer, donde el tipo planteaba que debemos ahorrar, debemos guardar para después. Que no podemos repartir ahora ni podemos usar todo el capital que tenemos para educar y desarrollarnos sino que tenemos que guardar. Algo parecido a lo del uso de reservas con Redrado el año pasado, en definitiva que nuestro capital debe quedar ahí o en alguna cuenta en el exterior o en acciones y bonos americanos por ejemplo, pero que no las podemos tocar.

Lo sorprendente es la posición totalmente opuesta en los periodos mas críticos de nuestra historia donde si nos aconsejaban usarlas, pero no para desarrollarnos ni para estudiar sino para pagar. Y ahí nos felicitaban.

En definitiva, es como con las medallitas de bautismo.

Cuando el país esta como yo en el ‘86, libre, contento, con ganas de aprender, de desarrollarme, con ansias de experiencias nuevas, con todas las decisiones en mis manos, ahí no podes tocar tus reservas.

Ahora, cuando estás como el flaco que se casaba, en el horno, hasta las manos de cuentas, sin capacidad de decidir ni los invitados, con tu libertad cada vez más reducida, ahí sí. Sacá tus reservas y fundílas tranquilo que ahí nadie te va a decir nada. Al contrario te van a apoyar y entender.

Yo volvería a aquel camping a aprender, a conocer, a desarrollarme y en eso me gastaría mis medallitas de nuevo.

¿O en qué creyeron que siempre pensé que hay que gastarse el oro y las reservas?

En desarrollo y educación, claro.